En lo más profundo del bosque se encontraba un árbol muy especial conocido como el Árbol de los Deseos. Este árbol tenía la capacidad de conceder un deseo a aquellos que lo encontraban, pero solo uno por persona y con una condición: el deseo debía ser puro y sincero.
Un día, una niña llamada Ana descubrió el Árbol de los Deseos mientras exploraba el bosque. Ana era una niña muy buena y deseaba con todo su corazón poder ayudar a los demás. Se acercó al árbol y con voz suave y clara expresó su deseo más profundo: "Quiero que todos en el mundo sean felices".
Al instante, el Árbol de los Deseos comenzó a brillar intensamente y una luz cálida y reconfortante se extendió por el bosque. Ana sintió una paz interior como nunca antes había experimentado y supo que su deseo había sido concedido.
A partir de ese día, el bosque se convirtió en un lugar lleno de alegría y bondad. Las personas que lo visitaban se sentían felices y en paz, y todos compartían un profundo sentido de comunidad y amor.
Ana aprendió una lección importante: los deseos más poderosos son aquellos que buscan la felicidad y el bienestar de los demás. Desde entonces, cada vez que Ana pasaba por el Árbol de los Deseos, se detenía un momento para agradecer por la felicidad que había traído al mundo.